Puede que les ocurra a todos los cajones de utensilios de cocina: con el paso del tiempo, si no media una mano humana, terminan descansando allí, o escondiéndose, los objetos más variopintos e insospechados de la casa: un escarbadientes, una ficha de dominó, la pajita de una horchata que nunca nos bebimos con pajita…
Un día afortunado, una mano entra, remueve y se siente asombrada por el ecosistema que ha empezado a reproducirse allí.
En fin, lo mismo sucede con los libros (al menos a mí me ocurre), abres sus páginas buscando algo y te aparece otra cosa muy distinta a lo esperado, y empiezas a pensar:
Vivir pasivamente limita nuestras posibilidades de actuar, nos debilita y somete a servidumbres varias, enmohece nuestras capacidades y puede intoxicarnos de comodidad. La impotencia es su sino. Por eso, es conveniente una pedagogía de la actividad, que consiste, fundamentalmente, en eliminar los obstáculos que la entorpecen: la desidia, el pesimismo, la rutina, la pereza expresiva, el miedo. Liberada de estos incordios, la inteligencia va a lo suyo, que es inventar posibilidades, ampliar el mundo, distender el ánimo.
La creatividad literaria. Álvaro Pombo y José Antonio Marina. Ariel. Barcelona, 2013. Página 38.
¡Benditos libros, benditas estanterías, benditas bibliotecas, benditas librerías!
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